Mapping the look.
Audiovisual research project

18 jun 2012

Los homúnculos


El pintor Millares llamaba a sus creaciones homúnculos.



La primera acepción del término se refiere a un hombrecillo deforme. En realidad el concepto es más complejo, pero ha trascendido al imaginario colectivo la representación que resulta de una de sus aplicaciones. Se trata de cuando se aplica a la representación en nuestra corteza cerebral de la superficie sensorial de nuestro cuerpo (como el mapa cerebral del cuerpo), de lo que resulta un ser humano con las manos muy grandes, al igual que los pies, los labios, en consideración a que es en esas partes del cuerpo en las que, al haber más terminales nerviosas enviando información al cerebro, de ello resulta una percepción agrandada de las mismas.



El término homúnculo (del latín homunculus, ‘hombrecillo’, a veces escrito homonculus) es el diminutivo del doble de un humano y se usa frecuentemente para ilustrar el misterio de un proceso importante en alquimia. En el sentido hermético es un actor primordial incognoscible, puede ser visto como una entidad o agente.

Su empleo en el campo de la neurociencia se debe a Richard Gregory, autor de El ojo y el cerebro.(1) Entre sus experimentos más conocidos está el de la máscara de Chaplin.



La parte trasera de una máscara de Charlot, que es hueca, se percibe como convexa, como si se tratase de una cara normal. Para entenderlo primero hay que estudiar cómo el sistema visual humano computa la profundidad en una imagen a partir de claves tales como el sombreado. ¿Qué reglas sigue para asignar el sombreado de la imagen a concavidad (hacia fuera) o convexidad (hacia dentro)?. Luego hay que darse cuenta de que esas reglas pueden entrar en conflicto con lo que conocemos sobre las caras; por ejemplo, que son cóncavas. Lo que demuestra la ilusión es que cuando la información del sombreado es ambigua, y no disponemos de otros indicios de profundidad importantes para determinar la concavidad/convexidad de un objeto, el cerebro selecciona la interpretación más probable. En el caso de una cara, lo más probable es que sea cóncava, ya que es lo que hemos visto toda nuestra vida. Hay que notar que la ilusión no desaparece una vez que ya conocemos “el truco”.

El mismo tipo de preguntas podríamos hacernos en relación con una imagen proyectada. ¿Porqué sabemos, cuando vemos la imagen del tren que viene hacia nosotros proyectada en la pantalla del cine, que, en realidad, no viene ningún tren hacia nosotros, sino que se trata de una mera proyección? Y a pesar de que sabemos que se trata de una proyección ¿porqué sigue impresionándonos?

Hubo un tiempo que esto se intentó explicar con la teoría del homúnculo. Se dice desde este orden de planteamiento, que la luz de la pantalla forma una imagen en las retinas de los ojos y que "algo" en el cerebro la ve como si estuviese en la pantalla. O que las imágenes en las retinas son transmitidas al córtex visual donde son procesadas por algún elemento que actúa como un agente de la percepción. En cualquier caso, estas teorías sitúan un humúnculo detrás del ojo o detrás del córtex, en lugar de atender a la experiencia, que separa el punto de vista de las cosas que se ven.

A falta de conocer de primera mano las teorías de Richard Gregory (lo que sé lo he ido leyendo por aquí y por allá en internet), para lo cual tendría que conseguir el libro en castellano (cosa que no parece sencilla), se diría que hay en sus reflexiones una llamada a confiar en nuestra experiencia de la percepción, en cuyo contexto sus experimentos, que ponen en evidencia "engaños" de la visión, vendrían a confirmar esta idea, en cuanto que corroboran que una vez adquirida la experiencia del trompe l'oeil, ésta nos permite distanciarnos de lo que vemos. O no... porque podemos seguir dejándonos seducir por el engaño de la visión, asustándonos ante el tren que se nos viene encima en la oscuridad de la sala de proyección. De forma que no toda la voluntad en juego es la de quien proyecta las imágenes, sino que la nuestra propia desempeña un papel de enorme relevancia.

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(1) Gregory, R.L. (1990): Eye and Brain: The Psychology of Seeing. Oxford University Press Inc., Nueva York.

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